ALEGORÍA DE LOS ELEMENTOS
óleo sobre tabla - cm. 32 x 53
obra de finales del siglo XVI de
JAN BRUEGHEL (BRUEGEL) llamado “EL VIEJO” o "DE LOS TERCIOPELOS" (Velours)
(Bruselas, 1568 – Amberes, 1625)
(véase el dictamen del Prof. Maurizio Marini)
OBRA PARA UN GRAN MUSEO INTERNACIONAL
Notas biográficas y críticas
Jan Brueghel (Bruegel) el Viejo, también llamado en Italia “Bruegel de los Terciopelos” o “de los Velours” (Bruselas, 1568 – Amberes, 12 de enero de 1625), fue uno de los máximos representantes de la pintura flamenca de su tiempo y de todas las épocas.
Miembro de una numerosa familia de pintores, hijo de Pieter Bruegel el Viejo, hermano menor de Pieter Bruegel el Joven y padre de Jan Brueghel el Joven, mereció los apodos de "Brueghel de los terciopelos, de las flores y del Paraíso" en razón de sus temas preferidos (para los dos últimos) y a causa de los tonos aterciopelados de sus colores, o quizás de su predilección por los trajes de terciopelo (para el primero).
Autor prolífico de naturalezas muertas (a menudo constituidas por flores) y de paisajes, se alejó del estilo paterno más de lo que lo hizo su hermano Pieter el Joven. Sus primeros cuadros son a menudo paisajes que retratan escenas de las Sagradas Escrituras, en particular las escenas de bosques que revelan la influencia de Gillis van Coninxloo, verdadero maestro en la pintura de paisajes boscosos. En las obras más tardías pasó primero a la pintura de paisajes puros y de ambientaciones urbanas, después - hacia el final de su vida - a las naturalezas muertas. Prefirió elegantes paisajes, a menudo animados por vivaces escenas de género y alegorías (Elementos, Estaciones), historias mitológicas y bíblicas, obras notables sobre todo por los colores intensos y preciosos.
Muchas de sus obras fueron realizadas en colaboración con otros pintores (como Hendrick Van Balen); a menudo las figuras humanas pintadas por otros artistas fueron integradas en los paisajes pintados por Jan Brueghel. El más famoso de sus colaboradores fue Pieter Paul Rubens, por ejemplo para el Pecado original.
Jan Brueghel el Viejo residió durante mucho tiempo en Italia (1592-1596) y en particular en Roma (donde trabajó en el taller de Giuseppe Cesari llamado el "Cavalier d'Arpino" y el hermano de éste Bernardino Cesari) y luego en Milán, donde entabló relaciones con el cardenal Federico Borromeo, que fue primero su protector, luego el de su hijo Jan el Joven y recogió varias de sus obras, considerándolo casi un contrapeso más 'decoroso' del naturalismo de Caravaggio, del que poseía la célebre "Cesta de frutas".
De vuelta a su país, Jan Brueghel murió de cólera en Amberes en 1625, donde tenía su estudio desde 1596.
En los Países Bajos del siglo XVII, el género floral y alegórico en la pintura encerraba el implícito mensaje moral de la Vanitas (con referencia al pasaje de apertura del libro del Eclesiastés: «Vanidad de vanidades, todo es vanidad»). Ésta, por otra parte, encarnaba bien el concepto de transitoriedad inherente a la belleza de las flores – «toda cosa bella pasa» – y la prueba de tal valencia simbólica se deduce del hecho de que a menudo se representaban lado a lado ejemplares de estaciones diversas, demostrando que estos cuadros no eran meras representaciones objetivas, sino que encerraban en su interior un mensaje moral preciso y definido.
La pintura de tema alegórico, floral y naturalista tuvo su inicio en los Países Bajos a finales del siglo XVI, a obra de un grupo de pintores de vanguardia entre los cuales el más relevante fue sin duda Jan Brueghel el Viejo, apodado “de los Terciopelos”. La especialización en tales temas dio pie a una suerte de tácita competición entre los artistas, tanto desde el punto de vista compositivo como de la técnica y el conocimiento botánico, todos elementos distintivos de estas creaciones. Jan Brueghel el Viejo llegó a representar hasta cincuenta y ocho especies diversas de flores en un único cuadro.
El género fue ilustrado en fórmulas compuestas: flores y frutas contenidas en una cesta de mimbre, flores en un vaso de cristal, composiciones florales mezcladas con joyas esparcidas sobre una mesa o figuras alegóricas humanas inmersas en paisajes primaverales (como en nuestro caso), o ligadas a las estaciones, acompañadas de mariposas, caracoles, hormigas, lagartos, pájaros, peces, animales de varias especies: representaciones siempre cargadas de una fuerte simbología moral y filosófica ligada a los CUATRO PRINCIPALES ELEMENTOS: el Aire, la Tierra, el Agua y el Fuego. Este último representado por el volcán en el fondo de la escena. La mariposa, por ejemplo, como los pájaros, recordaba la ascensión al cielo del alma; el caracol la lentitud e el inexorable avanzar del tiempo; la industriosa hormiga la sabiduría al preparar el futuro. En la tabla fabulosa aquí propuesta están representados de modo vivaz y variopinto los peces y los crustáceos: la gran cantidad y la variedad de pinturas brueghelianas y no, en las que el pez es protagonista, puede ser dividida en dos grupos: aquellos en los que tiene valor descriptivo; aquellos en los que tiene valor simbólico (como en este caso). Ciertas vivaces escenas de vida del seiscientos, como las de los Brueghel, muestran los peces en cuanto tales y su presencia remite a la realidad de la cocina y de la mesa, aunque luego en el plano estilístico las escamas metálicas se convierten en una ocasión que el pintor aprovecha para sutiles juegos formales. En otros casos, sobre todo en la pintura cristiana, en cambio, el pez tiene valor simbólico: uso documentado ya al alba del Cristianismo. En la época en que la religión aún estaba prohibida y perseguida, era el símbolo primario de Jesús, porque IXTYS, el término griego para pez, es el acróstico de la secuencia en griego “Jesús Cristo hijo de Dios Salvador”. Fueron representadas también composiciones de flores frescas junto a otras casi marchitas, apoyadas sobre una mesa y, muy en boga, imponentes guirnaldas dentro de las cuales se enmarcaban representaciones religiosas (generalmente la Virgen con el Niño), a menudo el resultado de la colaboración entre dos pintores, uno especializado en el retrato de figuras, el otro en el tema floral. Dos ejemplos por encima de todos: la Virgen con el Niño en una guirnalda de flores (circa 1616-1618), realizada por Pieter Paul Rubens y Jan Brueghel el Viejo, y la Sagrada Familia en una guirnalda de flores (circa 1620-1625) de Jan Brueghel el Joven y Bartolomeo Cavarozzi. Un elemento común a muchos de estos trabajos es además la representación de un vaso decorado con relieves en estilo clásico que contiene un rico ramo de flores; la técnica pictórica revela en este caso la exquisitez de la materia y un intenso contraste de luces y sombras. La valencia simbólica de las flores, productos del rico caleidoscopio natural, como ya se ha dicho, es fuerte, y asume de vez en cuando un valor metafórico también para nuestra existencia cotidiana: la primavera, la juventud, la gracia del florecer, la alusión a los perfumes (varios cuadros representan la alegoría de los cinco sentidos); y aún encontramos homenajes a Flora, diosa de la naturaleza, y Aurora, diosa del alba, a Ceres, diosa de la fertilidad y de las cosechas. Las flores expresan igualmente valores cristianos: el lirio el amor, la rosa blanca la pureza, la violeta del pensamiento la divinidad, el lirio silvestre y el tulipán la gracia, el clavel la divina encarnación de Cristo.
En la literatura griega y romana, predominancia absoluta tenía la rosa, encarnación artística de la diosa del amor Afrodita-Venus: un paralelo que tenía raíces antiguas, puesto que según la tradición la primera floreció cuando nació Venus. Horacio la interpretó como una belleza transitoria, que tiene vida breve; Cesare Ripa la describió como la última entre todas las flores en florecer y la primera en marchitarse, como dijo Anataeus. Para Virgilio, en cambio, se la puede parangonar a nuestra misma vida, bella y placentera, pero que puede desvanecerse en un día – como escribe él mismo en una poesía en la que celebra su belleza y su delicadeza, pero también su efímera existencia.
Boccaccio, finalmente, al describirla recurrió a una analogía de significado: la rosa encierra en sí la ambigüedad, «mancha y pincha», y al mismo tiempo representa la verdadera pasión: un placer breve, intenso, que deja un largo tormento. Éste es el más probable mensaje del mismo Brueghel al representar a la reina de las flores.
(véase el dictamen aquí publicado del Prof. Maurizio Marini)
Procedencia: Bélgica
Época: finales del siglo XVI
Trato reservado
Sitio web: www.palazzodelbuonsignore.com