Siglo XVII, Escuela romana
Transverberación de Santa Teresa de Ávila
Terracota acabada a esteca, 40 x 30 cm
Inscripción abajo a la derecha “…Carm. Scalz…”
La mística católica describe la transverberación como la perforación del corazón mediante un dardo, flecha o lanza, realizada por Cristo o por un ángel emisario suyo; el latín transverberare, “atravesar”, explica su modalidad repentina e impetuosa, tanto que el acontecimiento ha sido tomado por la literatura cristiana también como asalto del Serafín, ya de por sí ser ardiente en el amor por Cristo, o herida de amor. Un episodio emblemático es el narrado por Santa Teresa de Ávila en sus memorias, elevado en la iconografía artística a modelo principal para la representación de un momento tan íntimamente y espiritualmente insondable; entre todas, recibió el máximo honor la imagen inventada por Gian Lorenzo Bernini para la capilla Cornaro en Santa Maria della Vittoria romana (1645). La obra fue traducida en mármol y bronce dorado, limitándose a los rayos divinos irradiados desde el cielo, y concebida como fulcro del edículo que la alberga, casi como si se tratara de una embocadura teatral, y los retratos orantes de los miembros de la familia Cornaro estuvieran situados en palcos de una operística barcaza. Esta concepción perspectiva servía para dirigir mejor la atención del espectador, cargando la carga emotiva de la escultura, en línea con los espectaculares dictados barrocos de la Roma de Urbano VIII Barberini (1623-44), Inocencio X Pamphilj (1644-55) y Alejandro VII Chigi (1655-66).
Nativa de la ciudad de Ávila, en España, la vida de Santa Teresa transcurrió apenas un siglo antes del grupo berniniano –quizás derivado de la Aparición de Cristo a Santa Margarita de Cortona de Giovanni Lanfranco (1622), encargada por Fernando II para la iglesia de Santa Maria Nuova en Cortona y hoy en las colecciones de Palazzo Pitti. La precoz lectura, en compañía de su hermano Rodrigo, de los Acta Martyrum llevó a Teresa, cuando era niña, a rechazar el fasto que le aseguraba la nobleza de la familia y a buscar peligrosamente la muerte entre las filas de los moros infieles, para encontrarse inmediatamente con Jesús. Escapándose gracias a la intervención de la familia, decidió retirarse a vivir en el jardín de casa, en una pequeña celda que ya prefiguraba su dedicación al eremitismo. Una vez crecida, Teresa se retiró al Monasterio de la Encarnación en el Monte Carmelo (Ávila), entrando así en la Orden Carmelitana española; posteriormente una grave enfermedad la postró en la casa paterna. Una oportuna visión la hizo recobrar el juicio, convenciéndola de la reforma de los monasterios carmelitanos tanto masculinos como femeninos; se acercó a Juan de la Cruz y fundó en 1562 San José, el primer monasterio reformado. Teresa fue elegida “madre de los espirituales”, es decir, de quienes buscaban la unión con Dios, luego proclamada santa (1622) y doctora de la Iglesia (1970).
En la terracota, pacientemente acabada a esteca en el profundo drapeado de los mantos de los figurantes y en las vorticosas nubes que llevan a los ángeles a tierra, se figuran dos ángeles divinos que acuden para el toque del dardo, así como la cabeza de un pequeño querubín en las nubes aún altas. El instante figurado puede entenderse doblemente como el instante inmediatamente anterior a la perforación, en el que la santa acoge extática el don divino, ayudada por el segundo ángel que percibe su emoción, siguiendo el modelo berniniano, o el momento sucesivo, en el que la flecha se está retirando y la santa no soporta la majestuosidad ultraterrena. La obra presenta una inscripción en el límite inferior derecho que, con la abreviatura CARM. SCAL, hace referencia a la Orden de los Frailes Carmelitas Descalzos, derivada de la reforma antes mencionada de la orden carmelita (1562) promovida precisamente por Santa Teresa.
Jacopo Palma el Joven (1549-1628) había realizado para la Iglesia romana de San Pancracio extramuros una Santa Teresa en la que aparecen, al igual que en la presente, dos ángeles de facciones adultas y el propio Cristo, de donde se extienden los rayos divinos. Más tarde, el flamenco Guglielmo Borremans (1672-1744) renovará esta iconografía, pintando en 1772 una agitada Santa Teresa para la Iglesia de Santa Teresa alla Kalsa.
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