Siglo XVIII
Inmaculada Concepción y santos
Mármol, cm 60 x 50 x 9
En el centro del óvalo marmóreo encontramos una Inmaculada Concepción acompañada por San Vicente Ferrer (identificable gracias a la presencia de las alas y el hábito de los dominicos), y por dos santas de difícil identificación, una de las cuales con hábito monacal.
El tema de la Inmaculada Concepción comenzó a aparecer en obras artísticas desde que se encendió el debate, que veía alineados por un lado a los Franciscanos y las ramificaciones de la Orden benedictina, ligados al pensamiento de Anselmo de Aosta y Bonaventura de Bagnoregio, y por el otro a los dominicos, ligados al tratado ofrecido por Tomás de Aquino.
Aunque efectivamente el dogma católico existirá sólo en 1854, con la proclamación por parte de Pío IX. Es un tema candente y fue durante siglos objeto de disputas teológicas: el pensamiento de que María estuviera, desde el momento de la concepción, exenta de pecado estaba en contraposición con las palabras de Cristo en las que afirma que ningún hombre ha nacido sin mancha. A lo largo de los siglos María ha sido promovida como vehículo de la encarnación del hijo, por lo tanto, también ella Inmaculada y Purísima, porque sólo ella nació sin pecado original y concebida sin concupiscencia.
En arte, inicialmente el tema era afrontado por los artistas góticos de manera "críptica", donde es decir, se remitía al espectador la conclusión, poniendo quizás una serie de símbolos y metáforas fácilmente decodificables.
Difícil fue fijar una iconografía para un concepto tan abstracto. Desde el siglo XV las obras de arte se volvieron más evidentes, propendiendo por una u otra hipótesis, bien comprensible por la lectura de elementos que aclaraban la intervención divina en ciertos episodios de la vida de Ana y Joaquín y de la infancia de la Virgen. Más valientes fueron las obras ligadas al tema de la Disputa sobre la Inmaculada Concepción, donde los artistas retrataban, caso más único que raro en el arte sacro, la opinión contrastante de los doctores de la Iglesia.
Con la Contrarreforma se estableció la iconografía fija ligada al concepto de la Inmaculada, que será la ratificada por el dogma. María aparece como una nueva Eva mientras pisotea la serpiente símbolo del pecado, representada como una joven mujer con las manos juntas, a menudo acompañada por una luna creciente símbolo de castidad, y el cordón franciscano con tres nudos.
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