Escuela francesa, primer cuarto del siglo XIX
Odaliscas
Óleo sobre tabla, 25 x 30,5 cm
Con marco, 36,5 x 42 cm
Esta pintura representa una escena bucólica y sensual inmersa en un paisaje boscoso. En el centro de la composición, varias figuras femeninas semi-desnudas o ligeramente drapeadas descansan en una atmósfera de ocio y abandono. Una mujer en primer plano, con un drapeado amarillo y azul que cubre parcialmente sus piernas, está acostada sobre un cojín azul y sostiene un instrumento musical similar a un laúd o una guitarra. Su mirada se dirige hacia el espectador, con una expresión serena y ligeramente melancólica. Otra figura femenina, tendida de espaldas con un drapeado rosa que envuelve sus caderas, tiene los brazos levantados y entrelazados con guirnaldas de flores. Su pose es lánguida y sensual. Un pequeño putto está representado en la parte inferior izquierda, añadiendo un elemento mitológico o alegórico a la escena. El fondo está constituido por una vegetación exuberante, con árboles frondosos y un cielo sereno visible entre las hojas. La luz que se filtra entre los árboles crea una atmósfera cálida y dorada, acentuando la suavidad de las figuras y la riqueza de los colores. La obra, que muestra ecos a la producción de los grandes maestros franceses de finales del siglo XVIII, primer entre todos Boucher, pero también a la cultura visual de las dos primeras décadas del siglo XIX, evoca un sentido de placer, sensualidad y armonía con la naturaleza, temas recurrentes en la pintura de género y en las representaciones de escenas mitológicas o pastorales.
El tema de la representación de las odaliscas constituye un tema fascinante y rico en matices en la pintura francesa desde la segunda mitad del siglo XVIII. Su representación es un verdadero espejo de las dinámicas culturales, artísticas e incluso coloniales de la época. A partir del siglo XIX, con el movimiento orientalista, las odaliscas hicieron su aparición en el imaginario visual de los artistas de ultramar como figuras exóticas y sensuales. Pintores como Jean-Auguste-Dominique Ingres con su célebre Gran Odalisca (1814) y Eugène Delacroix con La muerte de Sardanápalo (1827) las retrataban en poses lánguidas, a menudo semi-desnudas, inmersas en atmósferas lujosas y misteriosas que evocaban el imaginario del harén otomano o dentro de exhuberantes paisajes naturales. Estas obras, a pesar de su belleza formal, reflejaban una visión europea de Oriente, a menudo idealizada y cargada de estereotipos. La odalisca se convirtió en un símbolo de sensualidad pasiva y de un mundo percibido como exótico y "otro".