Mario Moretti Foggia (Mantua, 1891 - Pecetto di Macugnaga, 1954)
Paisaje montañoso con figura campesina
Óleo sobre tabla, 38 x 33 cm – Marco 58 x 53 cm
Firmado en la parte inferior derecha
Mario Moretti Foggia (1891-1954) fue un pintor mantovano activo sobre todo en la primera mitad del siglo XX, conocido por sus vistas paisajísticas y por su habilidad para reproducir con pinceladas vivas y vibrantes los efectos de la luz y el color.
De formación académica, estudió en Verona en la Accademia Cignaroli y luego en Milán en la Accademia di Brera; fue discípulo de Mosè Bianchi, Giuseppe Mentessi y Cesare Tallone. Sus primeras exposiciones tuvieron lugar en el marco de las bienales de Braida y de las exposiciones sociales de la Permanente, donde a lo largo de los años tuvo la oportunidad de expresar sus habilidades como retratista y pintor figurativo, así como su predominante vena paisajística. Protagonista hasta principios de los años cincuenta de numerosas exposiciones personales, sobre todo en Milán, participó en cuatro ediciones de la Bienal de Venecia entre 1920 y 1926. Viajero incansable, permaneció durante largas temporadas en Oriente Próximo y África, donde realizó numerosos estudios de costumbres y paisajes. También expuso en Londres, París y Bruselas, donde fue especialmente apreciado como pintor orientalista.
Sus obras se encuentran en la colección del Quirinale y en galerías públicas y privadas de Italia, Suiza, Estados Unidos y América Latina.
La obra examinada es un excelente ejemplo de la técnica divisionista adoptada por Moretti Foggia en algunas de sus obras. El maestro ha descompuesto aquí la superficie pictórica en pequeñas pinceladas yuxtapuestas, construyendo la imagen a través de un luminoso tejido de toques de color. La representación de la piedra, la vegetación y el cielo se consigue mediante una hábil modulación de verdes, azules, amarillos y ocres, mientras que la figura de la campesina, con el fardo de heno en la cesta a la espalda y el pañuelo rojo en la cabeza, introduce un toque narrativo y humano. El pintor juega hábilmente con la perspectiva, guiando la mirada del espectador a lo largo del camino, hasta descubrir los detalles arquitectónicos y paisajísticos. La obra llama la atención por la frescura cromática, la armonía de los tonos y la atmósfera, capaz de transmitir la tranquilidad y la belleza del paisaje montañoso y del pueblo alpino.
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