Francesco Manno (Palermo, 1752 Roma, 1831)
El encuentro de Cristo y la Verónica
Último cuarto del siglo XVIII
Óleo sobre lienzo, cm 60 x 33
Con marco, cm 75 x 48
Hijo de Girolamo y de Petronilla Salsella, Francesco Manno se dedicó primero a la orfebrería, luego a la pintura, siguiendo el ejemplo de sus hermanos Vincenzo y Antonio, ambos académicos de San Lucas. Las obras de debut de Francesco Manno son un Retrato de Fernando de Borbón – del cual actualmente no se conoce la ubicación pero que hasta 1934 se conservaba en la Galería nacional de Palermo – y un boceto del Triunfo de San José, ahora en la Galería regional de Sicilia, en Palazzo Abatellis. Alrededor de 1786, Manno llegó a Roma y trabajó primero con Pompeo Batoni, de quien sufrió la fascinación y la influencia, rastreable sobre todo en lo que respecta a las obras juveniles; luego, en 1787, se trasladó al estudio del pintor español Francisco Preciado de la Vega, que fue alumno de Sebastiano Conca. Manno se hizo conocer de inmediato como artista prolífico, preciso y atento y no le faltaron honores y encargos. Fue uno de los artistas preferidos para las ceremonias de canonización y trabajó también para iglesias romanas de rito ortodoxo. Nunca olvidó su Patria de origen y muchas iglesias y museos en Sicilia hoy poseen sus obras. En Roma, Manno tuvo la posibilidad de confrontarse directamente con las obras de Carlo Maratta, pintor de orígenes anconetanos prevalentemente activo en Roma entre la segunda mitad del siglo XVII y el principio del siglo XVIII. Maratta es considerado una de las figuras de mayor relevancia en lo que concierne el panorama pictórico de la Italia del siglo XVII: en un período caracterizado por el contraste entre el clasicismo y el barroco, él fue capaz de conjugar las dos tendencias, partiendo del clasicismo de Rafael y acogiendo un barroco privado de excesos retóricos (P. Zampetti, Pittura nelle Marche, 1991) La pintura del Maratti fue celebrada por Giovan Pietro Bellori que elogiaba la gracia y la pureza de composición, considerándolo el único artista viviente digno de comparecer en sus Vite de' pittori, scultori e architecti moderni, del 1672 (A. Agresti, Carlo Maratta. Eredità ed evoluzioni del Classicismo romano, 2022). El Mengs dijo de él: «él sostuvo la pintura en Roma que no precipitase como en otra parte». Posteriormente, en el período neoclásico se alternaron juicios severos y alabanzas, pero en el conjunto su arte fue muy criticada: la misma suerte correspondió también a la vasta hilera de sus alumnos que, si bien responsables de obras de nivel, no encontraron fácilmente el favor de la crítica decimonónica y novecentista (S. Roettgen, Allievi, seguaci, imitatori e avversari: l’improntal marattesca nella pittura del Settecento, 2016).
La producción pictórica de Maratta constituyó para el artista palermitano una grandísima fuente de inspiración: esto aparece claramente visible en una obra como este Encuentro de Cristo con la Verónica, dentro de la cual se retoman tanto los colores intensos y vivaces como la pincelada de las obras de la madurez del pintor marchigiano: las tintas llamativas del dipinto de Manno recuerdan los tonos de La Virgen aparece a San Filippo Neri de Palazzo Pitti o de la Visitación al sepulcro de la Virgen con las tres Marías de la colección Mainetti de Roma. A ser retomada de las obras de Maratta es también la iconografía del Encuentro de Cristo y la Verónica; este tema había sido indagado por el célebre exponente del siglo XVII romano en varias ocasiones: basta pensar en el dipinto actualmente en el Museo de Palazzo Chigi de Ariccia o aquel de la iglesia de Santa Maria del Suffragio a Piansano, cerca de Viterbo.